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jueves, 11 de marzo de 2010

LA LINEA DE SALVACIÓN AL TSUNAMI DE LA ISLA DE ROBINSON , Maremoto en el archipiélago de Juan Fernández



Hace algo más de dos meses, cuando visité con la Ruta Quetzal-BBVA la hermosa isla de Robinson Crusoe, lamenté para mis adentros, tal vez incluso juré en arameo, el tener que subir y bajar a lo largo del día en varias ocasiones una larga y empinadísima cuesta que me llevaba a mi lugar de hospedaje en San Juan Bautista, único pueblo del archipiélago de Juan Fernández.

Esa cuesta de porcentaje imposible, reto para rodillas y pulmones, ha sido la línea que ha marcado la salvación en San Juan Bautista, devastada por un tsunami. Por encima de ella, la vida y el aire; por debajo de ella, la muerte y el agua.

La ruta de evacuación en caso de tsunami, que tanto transitamos algunos, tenía en su arranque una señal para nosotros desconocida y pintoresca, que incluía una gran ola amenazante. ¿Quién nos iba a decir a todos nosotros que esa ola gigante llegaría tan pronto a este pueblo idílico?. Una hora después del terremoto, olas de 15 metros de altura golpearon la isla. Según las informaciones, hay unos 30 desaparecidos, entre ellos el viajero español Miguel Marín, que se encontraba entonces en Robinson. La destrucción se extendió hasta 300 metros al interior y varió en función de la altura del terreno.

Fue esa línea de salvación la que dejó con vida a la pequeña Fabiana y la que no pudo alcanzar el todavía más pequeño Joaquín. Niños con sonrisas limpias 'made in' Juan Fernández, sonrisas con dispar destino.

Niños -Joaquín y Fabiana- que alegraban con su presencia dos alojamientos, 'Villa Green' y 'La Posada del Pirata', a los que apenas separaban 300 metros de recorrido, pero a los que esa línea sentenciadora -el abajo y el arriba-, se tradujo en dos desenlaces opuestos: la desaparición en el caso del primero, arrancado por el mar, y la conservación en el caso del segundo, con su palmera intacta allá en lo alto.

A Joaquín (ojito derecho de sus abuelos, Willy y Jimena) le recuerdo trepando con una agilidad pasmosa camino del Mirador Selkirk, guiando a los periodistas de la Ruta, simpático e incansable, pura energía, le asocio a los cerros; a Fabiana (pasión total de su abuela Marcela) la tengo en su pequeña bici, recorriendo a toda velocidad el único tramo asfaltado del pueblo, mi último recuerdo suyo se asocia a la orilla del mar. ¡Qué ironía!.

Joaquín y Fabiana -el uno vecino permanente de Robinson Crusoe, la otra vecina esporádica, por vacaciones- representan a todos los vecinos a los que las olas del mar les rompieron su vida cotidiana, son el rostro que ahora le pongo a una aldea con apenas 800 habitantes, de los cuales 120 son niños, como Martina, la autora de ese 'gong' salvador que evitó una tragedia mayor.

Un pueblo perdido
Foto: AFP
Vista del pueblo de San Juan Bautista, antes del tsunami que lo destruyó
Me lo decía, estando allá, el profesor e historiador Victorio Bertullo (la alegría de tener ya tantos niños en el pueblo), bibliotecario hoy sin biblioteca, responsable de una casa de la cultura y de un museo que ya no existen porque fueron fagocitados por las aguas con todos sus recuerdos y tesoros dentro.

Como lo fueron tantos y tantos lugares asociados a personas, a rostros, a palabras y a hechos. El campo de fútbol donde acamparon los chicos de la Ruta Quetzal, la Municipalidad, el pabellón polideportivo...

También, la bellísima hospedería 'El Pez Volador', con su atrevido diseño rozando el mar, donde trabajaba una chica catalana que a mí me pareció que ejercía su labor en el mejor lugar del mundo, o el Café Cumberland, donde por las noches lugareños y visitantes compartimos el mundo a golpe de música y piscola. Y tantas y tantas casas, como la de Omer, el barquero que nos llevó hasta los lobos marinos de dos pelos rodeados de una mar pacífica y hermosa, la misma que se encabritó por el terremoto chileno dos meses después.

Todo se lo ha llevado el maremoto. Hasta el cementerio. Hasta la estatua de Alejandro Selkirk, el marino escocés que dio origen al personaje literario de Robinson Crusoe.

Estaba allí en la plaza, el bueno de Selkirk, recibiendo al visitante, sereno, tranquilo y feliz, mirando al mar... Y naufragó, esta vez naufragó de verdad, se lo llevaron las olas el fatídico 27 de febrero en el que la Bahía de Cumberland se hizo arisca para los fernandecianos.

Las imágenes que llegan de allá son tremendas, pero yo me quedo con el recuerdo imborrable del amanecer del 17 de diciembre a bordo de la fragata 'Valdivia', cuando vi por primera vez en todo su esplendor la Isla de Más a Tierra.

vanguardia.es

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